Anduriña es como se le llama en mi tierra, Galicia, a la golondrina.
Siempre me fascinó esta ave y siempre me sentí muy identificado con ella.
Esa sensación surgió a raíz de una experiencia que me sucedió cuando era muy, muy pequeño y que fue una de esas cosas que acontecen en tu vida y que calan y dejan huella. Hechos a veces sin importancia, banales al ojo de los demás pero que tocan tu fibra y hacen que tu carácter y tu personalidad se vayan forjando.
Era el mes de julio y en aquella época se podían ver grandes cantidades de golondrinas revoloteando alrededor de todo el río Miño. Surcaban los cielos con sus cantos y con sus vuelos rápidos y circulares.
No me digas como, pero en mis manos calló una de ellas y muy entusiasmado me dispuse a criarla en cautividad y disfrutar de aquel tesoro, al menos para mi. Tenía ya un grillo, y ahora iba a tener un pájaro. ¡Que feliz me sentía!.
Cada día estaba más orgulloso de mi golondrina, se la enseñaba a mis amigos y me pasaba horas enteras mirando mi nueva amiga. Sería capaz de vender todas mis otras posesiones: cromos, bolas, chapas, para darle a ella un recipiente nuevo de alpiste o un nuevo columpio.
Pero mi dicha duró poco: la golondrina, apenas bebía y aún menos comía. Preocupado por su estado, cambiaba constantemente su alimentación, la decoración de su jaula, añadía nuevos accesorios que yo creía la harían más feliz.
Recuerdo que incapaz de dar solución a aquella situación, le pedí consejo a mi padre sobre lo que podía hacer para conseguir que mi golondrina fuera feliz, y recuerdo que con su habitual paciencia de docente me explicó dulcemente que hay animales que no sirven para tenerlos encerrados, porque si les falta su libertad, languidecen y mueren.
¡Por fin sabía el motivo!: le estaba dando todo menos lo único que en realidad necesitaba: su libertad.
Fue muy duro el instante de tomar la decisión.
Recuerdo el momento en que abrí aquella jaula, y vi alejarse a mi anduriña volando. Recuerdo como volví a ver en su rostro y sus gestos el vigor y la vitalidad, que solo te da la dicha. Y recuerdo que aunque triste por haber perdido mi gran tesoro me sentí muy contento.
Cuando me hice adulto, he podido experimentar la sensación que sintió mi anduriña. En ocasiones me he sentido privado de mi libertad, no con barrotes de alambre si no con barrotes de cariño, deber, obligación, sentimientos, etc... y me he dado cuenta de que yo también era anduriña y que necesitaba poder decidir cuando estar, cuando irme y cuando volver.
Que al igual que ella necesitaba sentir ese viento fresco revitalizador, que te hace exclamar un grito, al tiempo que notas como tus pulmones se llenan de alegria. ¡Hago lo que quiero!¡Soy mi propio dueño! ¡Soy libre!
Por eso hasta el final de mis días necesito ser anduriña, necesito realizar el viaje de la vida sin que haya barrotes, ni lazos, ni ser poseido. Solo así podré llegar a mi destino habiendo cumplido mi misión, que creo, es aprender del camino.
Este es el origen del nombre de este proyecto: O viaxe da anduriña (El viaje de la golondrina).
Este es el origen del nombre de este proyecto: O viaxe da anduriña (El viaje de la golondrina).
Gracias por compartir el viaje de anduriña. Creo que sólo siendo libres nos sentimos responsables de nuestro destino. No renunciemos a decidir como queremos vivir. Aprendamos a establecer los límites de lo que es aceptable para cada uno de nosotros. Y no olvidemos que nada externo es nuestro para siempre.
ResponderEliminarMe ha encantado este relato. Realmente emocionante y tierno para mi, al saber además que es cierto.
ResponderEliminarVolemos!!!
Y rompamos, en la medida de lo posible, todas nuestras jaulas de cristal!